Época: Distensión
Inicio: Año 1945
Fin: Año 2000

Antecedente:
Extremo Oriente: entre la crisis y el crecimiento



Comentario

En páginas precedentes ya ha sido abordado el estudio de la Guerra de Vietnam desde la óptica de su impacto en los Estados Unidos y en referencia a su papel en el tiempo de la distensión. Toca ahora referirse a ella como conflicto regional pero también de trascendencia decisiva en la Historia del siglo XX.
Lo primero que resulta necesario advertir es que, frente a lo que pensaron y dijeron los estudiantes protestatarios en Europa y América, no puede atribuirse en absoluto al imperialismo económico la presencia norteamericana en Vietnam. En 1969 tan sólo el 1% de la exportación norteamericana iba a este país. Indochina podía haber sido importante para Francia por materias primas como el caucho y el estaño en los años cuarenta, pero todo eso había perdido su sentido en los años sesenta. La actitud norteamericana respecto a la zona era, por el contrario, de indiferencia: sólo un puñado de profesores norteamericanos sabían hablar el vietnamita a inicios de los sesenta. Lo que caracterizó a la posición norteamericana, sobre todo, más que "la indigencia moral" -de la que habló Carter- fue "una buena causa" inicial, como aseguró Reagan, pero, eso sí, pésimamente servida.

En efecto, como escribe Kissinger, "todo empezó con las mejores intenciones y rara vez las consecuencias de las acciones de una nación han resultado tan distintas de su propósito original". Lo que guió a la intervención norteamericana en Vietnam fue un enfoque universalista e ideológico: vieron la necesidad de detener una agresión totalitaria como no se había hecho en Munich en los años treinta, pero erraron por completo en el paralelismo. En el caso del conflicto del Vietnam se trataba de un problema de nacionalismo relacionado con su pasado colonial y en él no estaban involucrados intereses estratégicos decisivos. Además, los Estados Unidos siempre se comprometieron lo bastante como para que les afectara, incluso muy gravemente, pero nunca lo suficiente como para obtener la victoria.

Ya en los cincuenta, la Indochina francesa había sido considerada importante por sus materias primas pero, sobre todo, por el efecto que tendría su caída. Estados Unidos resultó un dubitativo participante en las conversaciones de Ginebra y no quiso firmar los acuerdos de 1954, probablemente como consecuencia de su política respecto a China en estos momentos. El resultado de los acuerdos de 1954 fue que se internacionalizó la paz pero sin ninguna garantía efectiva. En consecuencia, los vietnamitas del Norte pudieron tener la sensación de que se les dejaba la posibilidad de acabar conquistando el Sur. Por otro lado, fue el nacionalismo y no ninguna consigna de Moscú el que produjo la sublevación allí.

Cuando Kennedy llegó al poder el número de norteamericanos en Vietnam era de apenas 685. Vietnam del Sur tenía 14 de los 25 millones de habitantes del país y la mayor parte de los recursos alimenticios, pero nunca tuvo conciencia de ser una nación. La conclusión a la que llegó el presidente norteamericano fue, sin embargo, que si los Estados Unidos tenían que luchar por el Sudeste asiático limitando el avance comunista lo debían hacer por Vietnam del Sur. En consecuencia, pronto el país se convirtió en el quinto país del mundo en recibir ayuda norteamericana. Eso, no obstante, no mejoró su dirección política: Ngo Dinh Diem, su presidente, era uno más del millón de personas que había abandonado el Norte en el momento de la victoria de los comunistas, mucho más un enemigo de éstos que un nacionalista. Déspota y católico, en un país en que esta religión recordaba al pasado colonial, mantuvo a 50.000 personas en la cárcel. Al principio Diem dio la sensación de ser un gestor eficaz pero, rodeado de una especie de corte imperial, acabó por exasperar a sus aliados. Kennedy dijo de él: "Diem es Diem y es lo mejor que tenemos", pero en el momento en que el número de norteamericanos en Vietnam llegaba a 18.000 y se había producido una revuelta budista tuvo lugar el derrocamiento de Diem (noviembre de 1963). El propio embajador norteamericano apoyó el golpe, iniciando un proceso por el que los Estados Unidos se involucraron en exceso en la política de aquel a quien querían proteger.

A partir de este momento, cuanto más aumentaba la presencia norteamericana en Vietnam más insistían desde Washington en la reforma política, llegando a intromisiones inaceptables y, al mismo tiempo, más se americanizaba la guerra. De otro lado, cuanto mayor era la inseguridad de los sudvietnamitas en el poder, al mismo tiempo más autoritario se volvía el Gobierno de Saigón. En 1964 hubo nada menos que siete Gobiernos, lo que es lógico si tenemos en cuenta que la expulsión de Diem había producido un profundo vacío político. Kahn, el sucesor de Diem, fue un personaje simplemente cómico. Nunca hubo, por parte norteamericana, una evaluación del adversario ni del hecho de que las guerras largas, igual que la de Corea, acaban quebrando el consenso interno de las democracias. Cuando surgieron dificultades a medio plazo, los mismos que habían defendido la necesidad de intervención cambiaron radicalmente y hablaron de la necesidad de una retirada. El adversario acabó por ver los signos de buena voluntad como testimonios de debilidad.

Johnson había dicho que no era su intención enviar a muchachos norteamericanos a miles de kilómetros a hacer algo que debían hacer los vietnamitas, pero las circunstancias mismas favorecieron que incrementara la intervención. En agosto de 1964 el incidente del "Maddox" -un buque norteamericano atacado por los norvietnamitas-, muy probablemente exagerado, pareció justificarla y de cualquier modo el adversario demostró estar dispuesto a intervenir en el Sur sin hacer mucho caso a los soviéticos ni a los chinos: en 1964 ya enviaron 10.000 soldados a través de la porosa frontera occidental y tres años después enviaban ya 20.000 al mes.

En un principio, el legislativo norteamericano estuvo al lado del Gobierno. Una resolución tras el incidente del "Maddox" superó la prueba parlamentaria con una enorme ventaja (88-2 en el Senado y 416 a 0 en el Congreso). Johnson no necesitó subterfugio alguno para intervenir más en el Vietnam: nunca pensó que los bombardeos sobre el Norte, que inmediatamente se produjeron, dieran la victoria, pero podían ser un procedimiento para evitar multiplicar la intervención en tierra. Pero, como en el caso de la Segunda Guerra Mundial, se demostró que los bombardeos no eran capaces de producir la ruptura de la resistencia adversaria, sino que tan sólo aumentaron la capacidad antiaérea de los vietnamitas gracias a la ayuda soviética. Desde los comienzos, los norvietnamitas enviaron tropas regulares a combatir al Sur. Cada año podían enviar a 200.000 más y no tenían ningún problema para infiltrarlos a través de la frontera occidental. Cuando Johnson ganó las elecciones en 1964 ya las fuerzas norteamericanas en Vietnam habían alcanzado los 25.000 hombres. Mientras tanto, los aliados occidentales no mostraban interés alguno por la Guerra de Vietnam, aunque reaccionaron mucho mejor los de la SEATO. La oposición interior inicial más fuerte a la política de Johnson en Estados Unidos no fue la de las palomas sino la de los halcones. Pero, a diferencia de lo sucedido en Corea, nunca se pensó -ni se mencionó- en la posibilidad de utilizar el arma atómica. Siempre se controló la posibilidad de una guerra generalizada.

La aparente imposibilidad de resolver el conflicto produjo como consecuencia que desde octubre de 1967 hubiera más norteamericanos contrarios a la intervención que favorables a ella. En ello no influyó el costo, porque fue tan sólo una cuarta parte de lo que costó Corea; mucho más decisiva fue la idea de que se estaba llevando a cabo una guerra errada. Ese año, en las elecciones, el presidente sudvietnamita Thieu no obtuvo más que el 35% de los votos, en unos comicios muy corruptos que dieron un 17% a los partidarios de pactar con el Vietcong. La economía sudvietnamita, mientras tanto, se convertía en todavía mucho más dependiente de los Estados Unidos de lo que lo había sido hasta el momento.

En enero de 1968 el Vietcong y los norvietnamitas llevaron a cabo la ofensiva del Tet (un mes del calendario vietnamita) que supuso una derrota total para ellos pero que significó también una abrumadora victoria psicológica. Hué, una de las principales ciudades, fue ocupada durante veinticinco días, pero el mayor daño de cara a la opinión mundial fue causado por la imagen de un general sudvietnamita ejecutando de forma sumaria a un Vietcong. Los norvietnamitas pudieron haber ejecutado a 5.000 personas en Hué, en ocasiones por procedimientos tan bárbaros como enterrarlos vivos, pero, al mismo tiempo, sufrieron 40.000 muertes. A partir de este momento la guerra fue ya definitivamente impopular en los Estados Unidos, al mismo tiempo que los medios de comunicación se manifestaban por completo opuestos a la participación en el conflicto. El verdadero campo de batalla fue, pues, la opinión norteamericana y a este respecto no hay que olvidar que lo que se vio por la televisión fue unidimensional porque no aparecieron, por razones obvias, las atrocidades cometidas por los norvietnamitas. Uno de cada tres norteamericanos cambió de opinión acerca de la Guerra de Vietnam en los meses iniciales de 1968.

En realidad, nunca hubo una genuina iniciativa de paz de los vietnamitas. Desde 1964 hubo, sin embargo, intentos por parte norteamericana de llegar a ella que no encontraron verdadero apoyo en los soviéticos, los cuales, pese a la distensión, no querían presionar demasiado a los vietnamitas, pues temían que éstos se lanzaran a los brazos de los chinos. Sólo en octubre de 1968 se iniciaron las conversaciones de paz en un momento en que se habían suspendido los bombardeos en el Norte. Los sudvietnamitas se negaron a participar en ellas. Siempre durante la administración Johnson, se partió de la base de que cualquier acuerdo debía suponer la retirada de las tropas nordvietnamitas.

Como les había sucedido a los franceses en Argelia, se necesitó un largo período de tiempo para que los Estados Unidos pudieran desembarazarse del problema de Vietnam y se hizo con un grave problema para la conciencia nacional. El problema fundamental para los norteamericanos fue que su opinión pública pedía dos cosas por completo contradictorias, como eran poner fin a la guerra sin, al mismo tiempo, capitular.

Lo más grave, sin embargo, era que se sentía una profunda sensación de malestar, pues daban la sensación de ser penosamente conscientes de que estaban en malas compañías.

Nixon había defendido llevar a cabo un programa de "vietnamización", que sirvió para formar un Ejército sudvietnamita de un millón de personas con un armamento muy moderno, mientras reducía los 550.000 hombres propios a los que se había llegado a tan sólo a 20.000 y las bajas del 28 al 1% del total. Al mismo tiempo, no tuvo el menor inconveniente en dar la sensación de no pararse en barras en cuanto a los medios de actuar a la hora de liquidar la guerra. Incluso no tuvo inconveniente en aparecer como un enloquecido agresor, peligroso precisamente por serlo. La invasión de Camboya en 1970 no sirvió para otra cosa que para trasladar al interior de este país los santuarios guerrilleros, pero les hizo a los norteamericanos, además, incrementar su presencia política y militar en la región, dando la sensación que imponían sus Gobiernos. En 1971 los sudvietnamitas intervinieron también en Laos. A su vez, en marzo de 1972 se produjo una invasión de tropas regulares de Vietnam del Norte acompañadas por tanques rusos. Se produjo entonces, como réplica, una escalada de bombardeos norteamericanos acompañada también del minado de los puertos norvietnamitas. Ninguna de ambas acciones tuvo un resultado decisorio.

Mientras tanto, tenían lugar en París las negociaciones entre norvietnamitas y norteamericanos. En sus escritos, Kissinger ha dejado clara la dificultad para llegar a un acuerdo. Después de una intervención carente de justificación, los norteamericanos "no podíamos retirarnos de una empresa que implicaba a dos administraciones, cinco países y decenas de miles de muertos como quien cambia de canal". Pero, al mismo tiempo, la oposición causaba graves problemas: "las palomas demostraron ser una malvada especie de pájaros" porque no parecían ver las dificultades objetivas existentes para llegar a una solución y sólo servían para deteriorar la propia postura. En la negociación, los norteamericanos se encontraron con un enemigo absolutamente implacable sin ningún interés en llegar a un acuerdo que implicara cesión alguna o sin preocupación por sus bajas, lo que era por completo inédito en la diplomacia norteamericana. "El leninismo de Le Duc Tho -ha escrito Kissinger- le había convencido de que él comprendía mis motivaciones mucho mejor que yo mismo".

Al acuerdo se llegó tan sólo en enero de 1973 pactando el abandono de los norteamericanos, la formación de un Gobierno provisional y elecciones. Cuando los norteamericanos lo trataron de llevar a la práctica se enfrentaron con Thieu: los sudvietnamitas pretendieron nada menos que 69 cambios en lo ya suscrito. Hasta tal punto había llegado la sustitución por los norteamericanos de aquellos a quienes habían querido ayudar. Mientras tanto, en Laos los comunistas se habían hecho ya con el poder y los norvietnamitas no hacían nada ni remotamente parecido a mantener la fidelidad a lo acordado, lanzando ataques que motivaron sucesivos bombardeos norteamericanos. El mismo día del alto el fuego violaron los acuerdos 29 veces y argumentaron que los carros de combate con los que cruzaban la frontera servían, en realidad, para transportar alimentos. Las perspectivas eran, pues, malas y se confirmaron cuando el legislativo norteamericano ató las manos del ejecutivo. "Perdimos el bastón por Indochina y la zanahoria por la cuestión de la emigración judía", escribió luego Kissinger. Aludía a que el presidente Nixon perdió la posibilidad de actuar en el terreno militar y además se vio impedido de poder hacerlo de forma indirecta a través del comercio con los soviéticos.

En la práctica, pues, lo acordado no sirvió para otra cosa que para establecer un plazo antes de la reanudación de los combates, ya sin la participación de los norteamericanos, que en marzo de 1973 habían evacuado Vietnam. Lo que vino a continuación fue comparado por un dirigente de la CIA, Colby, con un derrumbamiento como el de Francia en 1940. Thieu llegó a controlar el 85% de la población sudvietnamita, pero en 1974 padeció un virtual abandono absoluto por sus antiguos aliados: al votar el legislativo norteamericano una cantidad de ayuda que era la mitad de lo propuesto por el Gobierno, el resultado fue el desmoronamiento moral de Vietnam del Sur. En abril de 1975 los Khmers rojos se apoderaron de Camboya. El ataque realizado por los norvietnamitas y el Vietcong a continuación supuso la sorpresa para los atacantes de concluir con una victoria absoluta cuando la ofensiva final estaba preparada para un año después. En poco tiempo se implantó un régimen comunista que tuvo muy poco en cuenta a buena parte de los que habían combatido por la liberación.

El resultado de la guerra sólo puede entenderse dadas las peculiaridades de la misma. En primer lugar, una forma de combate aparentemente primitiva demostró su validez. En una guerra de guerrillas la absoluta seguridad en tres cuartas partes del país es mejor que tres cuartas partes de seguridad en todo el país y los guerrilleros siempre ganan con tan sólo evitar la derrota total (Kissinger). Pero, al margen de lo sucedido en Vietnam del Sur, los norteamericanos subestimaron por completo la capacidad de resistencia de los nordvietnamitas: el número de sus bajas fue parecido a como si los Estados Unidos hubieran tenido diez millones de muertos. La dureza del adversario nordvietnamita difícilmente puede ser exagerada: Giap decía que si le mataban diez soldados pero él conseguía matar uno lo consideraba como una victoria. Hay motivos para considerar que, como escribió un izquierdista norteamericano, la guerra fue "el más largo y más sostenido esfuerzo revolucionario en la Historia contemporánea". Claro está que tuvo detrás a un poder totalitario para sostenerla.

La guerra probó, por tanto, que no siempre los medios técnicos son capaces de producir el desenlace de un conflicto bélico. Así se aprecia, sobre todo, en lo que respecta al arma aérea: es posible que los Estados Unidos gastaran diez dólares en sus bombardeos por cada dólar de pérdida que le causaban al adversario. En realidad, emplearon este procedimiento más en el Sur que en el Norte, pero allí perdieron unos 950 aviones merced a los antiaéreos soviéticos. En 1965-1967 los aviones norteamericanos lanzaron más bombas que en todos los combates de la Segunda Guerra Mundial. En 1970 se habían arrojado ya más bombas que en cualquier guerra anterior.

En tierra las tropas norteamericanas se impusieron allí donde combatieron en condiciones normales, pero su inconveniente principal fue siempre la desmoralización. Una descripción sarcástica de los soldados norteamericanos los presentó como "los implicados a pesar suyo dirigidos por incompetentes cumpliendo una tarea inútil para una gente ingrata". Algún dato sirve para dar cuenta de en qué consistió la guerra de guerrillas: una cuarta parte de las bajas norteamericanas fueron causadas por trampas o por minas y entre el 15 y el 20% lo fueron por fuego amigo. La tensión sufrida y el momento explican que el consumo de drogas se generalizara entre los soldados. En cambio sólo murieron cuatro generales y tres de ellos en accidentes de helicóptero. Los oficiales tan sólo se mantenían en combate seis meses, lo que hacía imposible que las unidades permanecieran apegadas a ellos. Pero, como quiera que sea, no fue de una importancia decisiva que la victoria militar no la obtuvieran los norvietnamitas. Lo que es significativo, en cambio, es que el mismo día en que acabó la guerra fue liquidado también el servicio militar obligatorio en Estados Unidos. Estratégicamente siempre los norteamericanos estuvieron a la defensiva y nunca quisieron crear una psicología bélica en la retaguardia.

Hubo 58.000 muertos norteamericanos frente a los 33.000 de la Guerra de Corea. Al margen de estas cifras, las restantes resultan mucho más incompletas y contradictorias de acuerdo con las fuentes. Es posible que los muertos sudvietnamitas fueran 100.000 y medio millón los norvietnamitas y del Vietcong. Las cifras de civiles muertos oscilan entre 400 y 1.300.000. Parece evidente que, a pesar de su brutalidad, en esta guerra se procuró evitar en mayor grado que en la Segunda Guerra Mundial los daños a la población civil. Otro dato importante es que 278 soldados norteamericanos fueron condenados por sus propios tribunales por las atrocidades cometidas. Sin embargo, el sargento Calley, responsable de haber asesinado a un niño y condenado por ello a veinte años de cárcel en 1971, salió de ella en 1974.

Las consecuencias de la Guerra de Vietnam fueron muchas y, sobre todo, muy paradójicas. Vietnam quedó convertido en una dictadura comunista que ejecutó de forma inmediata a algunas decenas de millares de personas. En los años ochenta todavía había cuarenta campos de concentración con 100.000 prisioneros. Por entonces, casi un millón de personas pretendieron huir y unos millares murieron al hacerlo por mar (fueron los "boat-people" que motivaron la solidaridad de los intelectuales occidentales). Vietnam fue también, pese a la ayuda soviética, uno de los doce países más pobres del mundo, pero con un Ejército que proporcionalmente era el cuarto. La visión favorable que muchos intelectuales habían tenido de Vietnam del Norte se demostró carente de cualquier fundamento: Susan Sontag había dicho que aquélla era "una sociedad ética" y Grass que Estados Unidos al atacarla había perdido todo derecho a hablar de moral en el futuro. En otros sitios, la situación en la posguerra fue todavía peor. En Camboya los porcentajes de la población eliminados por quienes ahora ocuparon el poder rondaron entre el 15 y el 25% del total.

Vietnam desapareció muy pronto del horizonte de la política norteamericana, prueba evidente de que los norteamericanos habían pretendido al final librarse de este conflicto como fuera. Ni siquiera hubo ninguna discusión colectiva como la provocada por la caída de China en manos de los comunistas. Pero, en cambio, en la conciencia de muchos de los participantes en la toma de las decisiones fundamentales hubo una auténtica obsesión retrospectiva por lo acontecido. El ex secretario de defensa norteamericano Robert S. Mac Namara escribió todo un libro en el cual enumeró hasta once causas de lo sucedido desde la ignorancia del país o la falta de percepción del peligro del adversario hasta el olvido del papel del nacionalismo. Dean Rusk, el secretario de Estado, escribió sus memorias rememorando el conflicto que había tenido con su propio hijo por su diferente percepción acerca de lo sucedido. "Aún hoy no puedo escribir sobre Vietnam sin sentir dolor y tristeza", asegura Kissinger en sus Memorias.

El deseo de olvidar la guerra pareció dominar largo tiempo el panorama en los medios de comunicación más populares. En la cinematografía, el excombatiente del Vietnam fue retratado con frecuencia como un drogadicto enloquecido mientras que los prisioneros norteamericanos de la Embajada de Teherán eran considerados como héroes. Sólo en los años ochenta se mitificó al excombatiente de Vietnam. Tardaron mucho las interpretaciones exentas libres de la carga del recuerdo propio. Si la Guerra de Vietnam fue la primera en ser televisada y a nada pueden compararse sus imágenes, al mismo tiempo su complejidad no puede ser explicada sólo con ellas.

Finalmente, al margen del impacto que la Guerra de Vietnam tuvo en la política interna americana, las consecuencias más destacadas en la política exterior fueron las aventuras soviéticas y cubanas en África y en Etiopía, favorecidas por la parálisis producida en la norteamericana. La lección más importante fue para ella que una democracia debe guardar siempre determinados requisitos a la hora de intervenir un conflicto exterior y que debe actuar con una moderación que estuvo por completo ausente en este caso.